EL DEBATE SOBRE EL CASAMIENTO HOMOSEXUAL SE INSTALÓ EN ARGENTINA

Seguramente hay temas en la agenda legislativa que requieran de tratamiento preferencial, y que su promulgación como ley sean más urgentes para la Argentina. La inseguridad, al tope de las preocupaciones, seguida de cerca por el desempleo y la depresión del salario frente al espiral inflacionario son algunos de los motivos que le quitan el sueño a la mayoría. Pero nuestro país resulta ser la sumatoria de una inmensa cantidad de minorías que componen el abanico del ser social y que nos identifica como nación.

Las minorías son mayoría en Argentina

“No se puede legislar para las minorías”, escuché decir a un acérrimo detractor del proyecto de ley que intenta en el Congreso reconocer derechos civiles de parejas homosexuales, tales como el casamiento, la herencia, la pensión y hasta la adopción. Pero resulta fundamental al espíritu democrático normar no solamente para los grupos sociales que se aglutinan en mayor número, sino también hacia aquellos que están desamparados por la ley o en inferioridad frente al resto solo por ser parte de una minoría. Con este criterio tan categórico, excluyente y totalitario, dejemos de lado los proyectos a favor de los discapacitados porque la mayoría no tiene problemas motrices o mentales; que los jubilados sigan esperando por mejores prestaciones de salud o la movilidad de sus haberes, solamente porque el grueso de la población tiene menos de 65 años. Que nuestras comunidades aborígenes sigan siendo relegadas al olvido nacional, ya que nadie entiende ni practica sus costumbres y dialectos.

Derechos y obligaciones

Conozco casos -y seguramente usted también- de personas que cambiaron su nombre o apellido porque, por graciosos, ridículos, feos e incluso ofensivos, las afectaban en su vida comunitaria. Existe el derecho sobre su identidad y hasta puede cambiarla si no le gusta. Pero un transexual debe seguir yendo al baño de hombres, a votar en las mesas masculinas, a internarse en la sala de varones de un hospital público y a ejercer la prostitución porque la discriminación laboral por “raro” no es discriminación.

Debemos comenzar a aceptar, a comprender y a tolerar las diferencias del otro que, por ser distinto al patrón general, no lo hace merecedor a la indiferencia y al ostracismo social. ¿Qué hacemos? ¿Los barremos bajo la alfombra o reconocemos sus derechos civiles, exigiéndoles también las obligaciones que cualquier ciudadano argentino debe cumplir? Evidentemente, ignorarlos no los hará desaparecer, moleste a quien moleste.

La adopción

Hasta aquí vengo planteando la defensa de los derechos individuales a los que todos debemos tener acceso, siempre que no existan motivos puntuales que los suspendan, restrinjan o anulen. Pero quiero remarcar el término “individual”, puesto que entiendo que avanzar sobre la posibilidad de adopción en el ámbito de una pareja del mismo sexo es avanzar también sobre los derechos de una tercera persona sin capacidad de decisión. Un juez, junto a un grupo de asesores técnicos –abogados, médicos, psicólogos y asistentes sociales-, debe determinar y elegir por el futuro de un menor que ya no tiene familia. Hay matrimonios que se pasan años esperando la aprobación de sus carpetas. Una ley que agilice y desenmarañe los trámites, pero que por sobre todo ampare y desinstitucionalice a los chicos, debía estar por encima de habilitar a cualquier pareja a adoptar. En este contexto, la polémica sobre el derecho de adopción por parte de amantes homosexuales pasa a un segundo plano.

Desde luego, resultaría imposible analizar aquí todas las aristas que rodean a un tema tan complejo y que hasta hace pocos años –si no aún- era tabú en nuestra sociedad. Celebro poder expresar un punto de vista, el mío, aunque genere más rechazo que adhesiones. El debate, especialmente sobre cuestiones delicadas, siempre es saludable para afianzar la práctica democrática, fortalecer los vínculos sociales y, sobre todo, aprender en el disenso escuchando al otro.


Lic. Agustín Gómez Augier